En el Perú, más de 8 millones de personas mayores de 15 años —casi una cuarta parte de la población— no han culminado la primaria o la secundaria. Detrás de esa cifra hay proyectos postergados, sueños abandonados y barreras que limitan el acceso a un trabajo digno, a la participación ciudadana o a acompañar el aprendizaje de los hijos. Pero también hay múltiples trayectorias educativas en marcha: personas que, pese a las brechas y obstáculos, siguen buscando aprender, crecer, reconvertirse y aportar a sus territorios.
Porque aprendemos durante toda la vida: en el trabajo, en la comunidad, en el hogar, en la práctica colectiva, en el cuidado. Y lo hacemos a través de educaciones diversas —escolarizadas, comunitarias, técnico-productivas, populares, ancestrales, interculturales, espirituales, etc.— que han existido y resistido por generaciones, y que hoy siguen transformando vidas.
Estas educaciones —muchas de ellas nacidas desde lo local y desde visiones propias de desarrollo— suceden en barrios, centros laborales, sindicatos, medios de comunicación, espacios culturales y contextos de privación de libertad. Son necesarias, legítimas y poderosas: no solo porque amplían oportunidades donde no llega la oferta formal, sino porque permiten emprender, actualizarse, integrarse socialmente y participar con autonomía en la vida pública y económica.
La educación no termina en la infancia ni se limita a la escuela. Estas otras formas de aprender son también una afirmación de derechos, una herramienta para cerrar brechas, y una apuesta concreta por un país más justo, inclusivo y sostenible.
Desde esta campaña queremos acercarnos a ellas, reconocerlas, protegerlas y fortalecerlas. Porque en estas educaciones se juega también el desarrollo sostenible del Perú.